Editar libros en España es suicidarse


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Confieso que soy editor. Y escritor. En realidad autor y editor. Es decir, soy puta, lo hago gratis y encima pongo la cama… En efecto, todos los familiares, amigos –algunos surgidos de la nada, como las setas-, conocidos, y hasta vecinos, en cuanto se enteran de que has publicado un libro se creen “con derecho” a pedirte que se lo envíes, dedicado, eh, y por supuesto a portes pagados. Del coste de la edición, de esa máquina de robar dinero que se llama Correos, con unas tarifas totalmente contrarias al mundo del libro, etc., nadie habla. No es su problema, sino el tuyo.

Decía Larra –que se acabó pegando un tiro-, que escribir en España era llorar. Supongo se refería a lo poquísimo que se vendían los libros, a los mínimos ingresos que se obtenían –y se siguen percibiendo- por las obras publicadas, y seguramente también a que este país deja mucho que desear, y realmente vamos camino de nada…

Si ese era el retrato que Larra hacía de los escritores, ¿qué no diría de los editores, y más de los autores-editores, es decir de aquellas personas que arriesgan su propio dinero en la publicación de sus libros?

Tengo una veintena de libros publicados, y los primeros los edité yo mismo, como autor-editor, hace cerca de cuarenta años, y cuando aún no tenía ni barba. Curiosamente se vendieron bastante bien, y así por ejemplo, “Joaquín Costa y el Idioma Aragonés” alcanzó las tres ediciones. (El único, dicho sea de paso).

Posteriormente, y coincidiendo con mi época de profesor universitario de derecho de trabajo, varias manuales de la materia también se vendieron discretamente, más que por su calidad, seguramente por la influencia que un profesor tiene, o más bien tenía, a la hora de recomendar lecturas a sus alumnos.

Ya tuve la penosa experiencia de ver como una copistería había “fusilado” uno de estos libros, fotocopiándolo íntegramente, a razón de una fotocopia por cada dos páginas, y lo vendía a un precio muy inferior al precio de mercado… Fui tonto y no les denuncié, a pesar de pertenecer a CEDRO, Centro Español de Derechos Reprográficos, y asumir ellos mi defensa y representación, en relación con cualquier litigio relativo a mi propiedad intelectual. Me pareció una postura demasiado drástica, y eso que tengo fama de querulante.

Propiedades intelectuales que, dicho sea de paso, rentan poquísimo. Con la última liquidación de CEDRO, recibida a mediados de año, y que computa los libros editados en los tres últimos años, más unos ingresos extras por las fotocopias de toda tu obra, escasamente podría pagar varios almuerzos, pero no a la carta, no, sino simples menús del día…

La figura del editor de verdad, es decir el que arriesga su dinero publicando obras ajenas, prácticamente ha desaparecido de España, y supongo que del mundo. La mayoría de los pequeños y medianos editores te hacen participar del negocio, como condición sine qua non para que se edite tu obra, a través de diversos sistemas, para que asumas parte del riesgo, sino la totalidad: compra de un buen número de ejemplares, pago de parte de la edición, obligación de adquirir los libros no vendidos (que suelen ser casi todos), etc.

Algunas editoriales que eran también distribuidoras desaparecieron, con el dinero de los libros vendidos y los ejemplares no vendidos, pero que ellos han malvendido, a bajo coste, supongo. Y me refiero a  Editorial TRIVIUM, mientras sus dueños viven tranquilamente en un chalet en la sierra madrileña… Como tiene que ser.

El autor que asuma las pérdidas y el desfalco correspondiente. Y las imprentas seguramente también.

En resumen, y parodiando a Larra: hoy en día editar en España no es llorar, es suicidarse.

comentarios
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