Cataluña


Pertenecí durante más de quince años al colegio oficial de Graduados Sociales de Barcelona, precisamente por ser uno de los que mejor funcionaban de España, prestando numerosos servicios a los colegiados, y defendiendo notablemente la profesión.

Cuando la deriva nacionalista fue aumentando, comenzaron a enviar sus publicaciones, circulares, etc., única y exclusivamente en catalán. Tras escribirles para pedirles, con toda educación, que a los colegiados del resto de España hiciesen el favor de seguir escribiéndonos en castellano, me contestaron que los compañeros querían que todo fuese en catalán, por lo que no me quedo más remedio que darme de baja. Tal vez por eso mismo nunca recibí la medalla de bronce al mérito colegial, que se imponía a los quince años de colegiación sin problema alguno…

Cursé la licenciatura en Ciencias del Trabajo en la Universidad Internacional de Cataluña, UIC. Pese a su carácter internacional, lo cierto es que su boletín se publica en catalán e inglés, creo recordar, y que la correspondencia y correos electrónicos me los enviaban en catalán, hasta que tuve que escribirles para rogarles que toda la correspondencia conmigo la escribiesen en castellano, que es mi idioma, entre otras razones porque vivo en Zaragoza.

Algo similar me sucedió con el Instituto Internacional de Sociología Jurídica, con sede en la hermosa villa de Oñati. Fui miembro durante algún tiempo, y ponente en un estupendo congreso nacional sobre los Graduados Sociales. Pues bien, al final tuve que darme de baja, harto de recibir todas sus publicaciones en euskera e inglés, yo que soy de pueblo, y únicamente domino –y poco- el español, que ya estoy harto de que lo llamen castellano, como si llamarle español fuese un demérito para el resto de lenguas españolas: catalán, euskera, gallego, etc.

¿Qué nos está pasando? ¿Por qué nos miramos tanto al ombligo? ¿Para que alardeamos de tanta internacionalidad, si luego somos más aldeanos que los vecinos de Laguarres, mi pueblo natal, de escasamente cincuenta vecinos?

Yo me he empobrecido, intelectualmente hablando, pues ahora no recibo la numerosa información y documentación que me suministraban estas instituciones, pero ellos también han perdido, al menos económicamente, pues han dejado de recibir las cuotas que periódicamente abonaba por la pertenencia a dichas corporaciones.

Tal vez eso es lo que le acabe sucediendo a Cataluña. Hace años que en mi casa solo se beben cavas de Calatayud, Borja y Ainzón, que por cierto no tienen nada que envidiar a los catalanes. Y cuando compro productos alimenticios, ropa, o contrato servicios, procuro hacerlo de empresas españolas, no del extranjero…

En resumen, que la deriva nacionalista, con la que pretenden ocultar los fracasos de la gestión de los partidos catalanistas, -además del latrocinio realizado en las arcas públicas de La Generalidad-, puede acabar convirtiéndose en un arma de doble filo, un boomerang que se vuelva contra ellos mismos. Y no olvidemos que el resto de España consume más de un setenta por ciento de los productos fabricados o comercializados en Cataluña.

Los españoles, en general, queremos a Cataluña y a los catalanes. Pero, ¿este afecto es correspondido por ellos? Creo que no. Y a las pruebas me remito.

Publicado por Decisión Económica (07/09/2015), Sierra Norte Digital, Diario Crítico, La Tribuna del País Vasco y Catalunyapress (20/09/2015) y Heraldo Sanitario de Oregón y Diario YA (21/09/2015)

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