Don Ricardo de la Cierva, el Grande


En mi medio siglo de vida he admirado, odiado y vuelto a admirar al gran historiador don Ricardo de la Cierva y Hoces. La antipatía, más que odio, fue en su etapa de ministro de cultura de la UCD, aunque entonces al menos se nombraba ministros a personas competentes, no como ahora.

Y no cabe duda que don Ricardo, anterior director general de cultura popular, en el régimen franquista, era y es un gran ilustrado español, con una formación e información enciclopédica, en la que no se si admirar más su gran capacidad de trabajo o su tenacidad, o posiblemente ambas, pues las dos virtudes suelen ir juntas.

En la época de la UCD, quienes procedíamos del Frente de Juventudes, profesábamos un cierto odio o antipatía hacia las personas –mejor dicho, personalidades-, que bajo la batuta de don Adolfo Suárez hicieron posible la transición hacia la democracia, en muchas ocasiones a costa de renuncias a sus privilegios personales. Así por ejemplo los Consejeros Nacionales del Movimiento, que votaron casi unánimemente a favor de la transición política, sabiendo como sabían que ello suponía su muerte y desaparición política. ¿Alguien imagina gesto similar en los miembros actuales del PSOE, e incluso del PP, si me apuran…?

He comprado, leído, estudiado y admirado bastantes libros de don Ricardo, menos de los que desearía, pero es que su producción bibliográfica es inmensa, y yo soy un aprendiz de todo y maestro de nada: leo sobre muchos temas, y por fuerza debo elegir con criterios restrictivos mis adquisiciones, cada vez más reducidas por cierto, a causa de la crisis económica y de los deseos de divorciarse de mi señora, acrecentados cada vez que me ve entrar con más libros en la casa biblioteca que compartimos, y en la que el espacio físico cada día es más reducido.

Una buena vecina y amiga, doña Paquita Masmano, valenciana de pro y excelente profesora de música, acaba de dejarme el libro “Masonería, Satanismo y Exorcismo” que don Ricardo de la Cierva acaba de publicar en editorial Fénix, Madrid, 2011, y no puedo menos que compartir con nuestros lectores algunas de sus reflexiones, que me han dejado francamente preocupado.

Dice don Ricardo: “Para los católicos está claro que Jesucristo, hijo de Dios, es verdadero Dios y verdadero hombre: una persona divina y dos naturalezas. Esto que los cristianos de la época de Jesucristo ya tenían claro y que quedó definido en los primeros concilios de manera tajante (Nicea, Constantinopla, Éfeso, etc…), es algo que los masones no entienden. Los masones hoy ya completamente separados de Dios, no aceptan esta doble condición humana, pero sobre todo divina, de Cristo. Ellos hablan de Cristo como un hombre eminente y respetable, pero le niegan su propia personalidad que es la de ser Dios, el hombre Dios, el camino de Dios para el hombre, la luz del mundo y la sal de la tierra, tal y como se definió a sí mismo el propio Jesucristo…

¿Es honesta la Masonería? ¿Puede usted fiarse de un masón? La Masonería no tiene ninguna moral, al igual que no tiene ninguna religión: cualquier moral en la que se funda cualquier religión es aceptable para un masón. La Masonería jura guardar los secretos de cualquier otro masón para protegerle, incluso si es requerido para revelar esos secretos. En algún grado la traición y el asesinato se exceptúan, pero en los más altos grados, no hay ninguna excepción: el secreto masónico puede ser mortal para quien lo viole y este juramento masónico ha de cumplirse a rajatabla. La obligación en la enseñanza de la Masonería es que un masón puede dar falso testimonio, incluso cometer perjurio en un juzgado civil si con ello protege a otro masón. Por tanto la moralidad masónica es una amoralidad contraria a la moralidad generalmente admitida por las personas de bien. En la Biblia está muy claro que los hombres nunca deben realizar falsos testimonios, pero cuando el interés masónico está por encima, nada se puede oponer”. (ob. cit., págs. 141-143).

Y concluye el autor: “En nuestra época, el satanismo más o menos abierto, es la palanca principal utilizada por la Masonería para enfrentarse a la concepción cristiana y católica. Desde las trincheras de la Iglesia se han producido demasiadas concesiones al impulso de la secularización. En el fondo, la secularización es un intento de resucitar el ateísmo moderno y los cristianos poseen un instrumento definitivo para evitar esa caída: la proclamación del Evangelio, un texto inmutable y fecundo desde hace veinte siglos. El Evangelio no es solamente una revelación divina y un compendio de la fe cristiana, sino que ofrece un programa de vida espiritual válido para todos los tiempos y todas las circunstancias”.

Hoy el día nos ha sorprendido con la desagradable noticia de su muerte. Los periodistas, siempre tan mal formados e informados, hablan de su faceta de político, ministro, senador… Nada de eso era importante. Lo realmente notorio, al menos en mi opinión, es su faceta como hombre cristiano, comprometido con Dios y con su familia, un intelectual como la copa de un pino, un gran historiador, un luchador y trabajador infatigable.

Descanse en paz.

Publicado por La Tribuna del País Vasco (21/11/2015) y Sierra Norte Digital (22/11/2015)

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