La dictadura de los partidos políticos


Normalmente llamamos mujeres públicas a las putas, aunque según la jurisprudencia del Tribunal Supremo estamos ante el ejercicio de una profesión liberal, la más antigua del mundo, según dicen.

Yo creo que antes estaban los hombres públicos, los di puta dos, dispuestos a gastarse alegremente nuestro dinero, y a embarcarnos en toda clase de ocurrencias e imbecilidades varias.

En España andamos sobrados de diputados. Además de los 350 del Congreso, los más de 200 Senadores, absolutamente irrelevantes, por otra parte, y los parlamentarios de los diecisiete congresos “aldeanos”, andaremos por cerca de dos mil “Padres de la Patria”, en acertada expresión de algún borracho, pues es evidente que la mayoría de ellos sólo se preocupan de su sueldo y negocios personales.

¿España puede permitirse semejante despilfarro del dinero público? Evidentemente, no. Y dejar sin sueldo a los diputados regionales, como ha hecho doña María Dolores de Cospedal en Castilla La Mancha pienso que no es la solución, pues tienen que comer, como todo el mundo, desplazarse, vestir correctamente, etc. Y no podemos dejar relegada la política sólo para los que sean de buena familia, y se lo puedan permitir, como pasaba en siglos pasados.

La pregunta pues es otra: ¿necesitamos diecinueve parlamentos para legislar en un país mediano, que no llega a los cincuenta millones de habitantes? Es obvio que no, y que sobran casi todos ellos.

Tampoco tiene sentido que las autonomías legislen como locas, con tal de justificar su soldada. Tenemos 17 leyes de comercio interior, 17 directores generales de carreteras –vías públicas en las que no se invierte un euro, pues no hay dinero-, 17 normativas para el etiquetado de los productos comerciales, etc. En resumen, una auténtica torre de babel autonómica.

Pero lo que ya es un abuso es que más de medio centenar de diputados nacionales, que tienen casa propia en Madrid, tengan la desfachatez de cobrar el complemento de más de mil ochocientos euros mensuales que perciben, en concepto de alojamiento y manutención, los diputados “de provincias”. Muchos de ellos son cuneros, es decir impuestos por las direcciones nacionales de los partidos, en provincias que no han pisado más que en campaña electoral, y representan –es un decir-, a los sufridos habitantes de Cuenca, Teruel o Huesca, pero realmente son madrileños, han vivido toda su vida en la Villa y Corte, y sólo salen de la capital por prescripción médica, para tomar el aire de la Sierra del Guadarrama…

Hoy leo en la prensa –tendré que dejar de leerla, para no amargarme las mañanas-, que viajarán en clase preferente, pues todavía hay clases, faltaría más, y que el coste de sus viajes suntuarios, innecesarios y absurdos, en la mayoría de los casos, correrá a cargo de nuestros bolsillos. Como siempre.

¿Para cuándo las listas abiertas y los diputados por distritos electorales, como en Inglaterra? Lo lógico es que el diputado resida en su distrito, mantenga oficina abierta al público, o al menos éste pueda visitarle en algún edificio público, que no se trata de incrementar aún más el gasto, y sea la correa de transmisión de sus electores con el Gobierno y el Congreso nacional.

Como sucede en las democracias de verdad, pero claro, nosotros somos un sucedáneo democrático, ya que vivimos en una auténtica dictadura de los partidos políticos. Y así nos va.

Publicado en Heraldo Sanitario de Oregón (24/02/2016), Sierra Norte Digital (25/02/2016), La Tribuna del País Vasco (27/02/2016) y Decisión Económica (29/02/2016)

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  1. Pilar |
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