Si los jueces pensasen como políticos
Por José Ramón Chaves García, magistrado de lo contencioso-administrativo en el Tribunal Superior de Justicia de Galicia.
De igual modo que al hilo de este dato no me resisto a traer a colación el último libro del fecundo Ramiro Grau Morancho, «Navegando Contracoriente» (viveLibro, 2015) que he tenido el gusto de prologar, y que plasma numerosos artículos periodísticos, vivos y valientes, sobre lo político, lo jurídico y lo humano, pero deteniéndome ahora en el titulado «Mi despacho en la cabeza» que tiene un arranque estremecedor:
Soy abogado y llevo el despacho en la cabeza, en esa zona que está situada entre los ojos y el pelo, cada día más escaso, que puebla el cráneo. Y no necesito más.
Desgraciadamente, vivimos en la sociedad de las apariencias, de la realidad virtual. No se nos valora por lo que somos o hacemos, sino por lo que aparentamos ser. La gente se fija en los signos que podríamos llamar externos, el coche que llevas, la ropa que utilizas, el despacho que tienes, en lugar de valorar el interior de las personas, las ganas y el interés que pongas en los asuntos, etc. También, por supuesto, tu curriculum académico y profesional.
Tengo un pequeño despacho, en una habitación normal y corriente de mi casa, y allí recibo a mis escasos clientes, normalmente parientes, amigos y conocidos. Es decir, lo peor. Personas que creen que te hacen un favor encomendándote la solución de sus problemas, y a las que siempre les parecerá excesiva cualquier cantidad que les pidas…
Cuando llegan a tu casa, y no les recibe una despampanante secretaria, rubia y de ojos azules, de las que quitan el hipo, ni les tienes una hora cocinándose en el vestíbulo, sino que les atienden directamente, y ven que la habitación en la que estás es pequeña, y encima repleta de libros, tu valoración como abogado desciende rápidamente. Vivimos en la sociedad de la apariencia, y la abogacía es maestra en hacer esperar a los clientes al teléfono, en no ponerse directamente, sino siempre con personas intermediarias, en dar visita para dentro de unos días, en tener horas a los clientes esperando, para que vean lo importante que eres, aunque te estés tocando a dos manos las partes pudendas, etc.
Y, por supuesto, hablar con superioridad, con aires de suficiencia, dándole siempre la razón al cliente, aunque no la tenga, y pensando en el dinero que le vas a sacar…, en lugar de pensar en la justa defensa de sus derechos e intereses legítimos…»
Publicado en Contencioso (06/06/2015)
Efectivamente, vivimos en la sociedad de las apariencias, y la gente se deja llevar por los signos externos, no por lo que hay en el interior de las personas.
Como muy bien dice el autor, el despacho de un abogado está en su cabeza. Ni más ni menos.
Por otra parte, la actuación de algunos de esos grandes despachos produce vergüenza ajena, pues al final acaba tramitando el asunto el último becario, que encima ni cobra, o la señora de la limpieza, que pasaba por allí en ese momento… Pero eso sí, a precio de oro.
Esta descripcion me ha hecho recordar mi experiencia con un abogado de cuyo nombre no quiero acordarme, mucha parafernalia, mucho bla, bla ..pero que me hizo perder cuando de haberlo llevado bien y sin tanta » sapiencia» lo hubiera ganado, aquellos abogados que de entrada te dicen que el caso esta ganado, es preferible pagarles y marcharte a otro abogado, por que pintan bastos aunque sea algo sencillo y contra mas desarrapado sea el abogado y mas cutre tenga el despacho mejor impresion me causa a mi, por que se que esos son mas honrados, cobrandote un precio justo que los almidonados y con levita