Los nombres robados de Ernesto Ladrón de Guevara: una pequeña gran obra


Acabo de recibir un ejemplar del libro “Los nombres robados”, de don Ernesto Ladrón de Guevara, con el que se estrena la editorial Letras Inquietas, con sede en la hermosa ciudad de Cenicero, en La Rioja, y no puedo menos que corresponder al obsequio reseñando la publicación.

Se trata de una pequeña gran obra. ¡Como siempre digo, daría todos mis libros por haber escrito “La lucha por el Derecho” de Ihering, ¡otra pequeña gran obra…!

El autor, don Ernesto Ladrón de Guevara, a quien no tengo el honor de conocer, es un alavés doblemente español, por vasco y por alavés, y un hombre comprometido con su tierra, a quien leo con fruición en varios diarios digitales patrióticos, únicos medios que publican mis artículos defensores de España y de los españoles, dicho sea de paso.

El subtítulo de “Los nombres robados” explica el contenido del libro: “Manipulación, falsificación y rediseño de los topónimos vascos”.

Como explica la biografía del autor: “Lleva años colaborando en diferentes medios de comunicación digitales con sus artículos críticos respecto al uso y el abuso de la educación como medio instrumental para el logro de objetivos políticos mediante el adoctrinamiento”. Es Doctor en Filosofía y Ciencia de la Educación, por lo que resulta obvio que sabe de lo que habla.

Dicen que es de personas bien educadas ser agradecidos, y así lo hace Ladrón de Guevara al dedicar el libro “a Saturnino Ruiz de Loizaga, franciscano, verdadero sabio, estudioso y defensor de la verdad. Es el prototipo de investigador en su acepción más noble”. Y reconoce explícitamente, en un gesto que le honra que: “Él es la principal fuente de mi conocimiento en esta materia”.

Como dice el autor, “el nacionalismo o cierta izquierda pretende con ello –hacer tabla rasa del acerbo común para transformarlo- una hegemonía cultural que permita el cambio mediante la modificación cognitiva de las masas… El legado cultural es un estorbo para que el nacionalismo logre una sociedad homogénea, clónica de su proyecto de supremacía”.

Ladrón de Guevara busca “ejemplificar las barbaridades cometidas por los agentes de la descomposición en España que buscan un lavado y deconstrucción de la Historia, algo parecido a la memoria histórica de la izquierda, que al ver que está perdiendo la batalla de la constatación científica de la verdad histórica está intentando perseguir penalmente a los que buscan esa verdad, con lo que la mayoría de los historiadores que lo son por vocación y no por militancia política, pueden estar en poco tiempo sancionados”.

El autor avisa del grave peligro que se cierne sobre Navarra, que, en realidad, ya está instalado allí: “Hemos de añadir que Navarra está siendo desde hace muchos años objeto de modificación cognitiva mediante procesos similares a los que se ha sometido a Álava para arrastrar a estos territorios de origen foral hacia las pretensiones de homogeneización nacionalista, con la lanar contribución de los partidos de ámbito nacional español, que han sido cómplices de este tipo de fenómenos”. (Y añado yo: recuérdese la sorprendente Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución, que deja abierta de par en par la puerta de su absorción por el régimen autonómico vasco…).

A pesar del art. 10 de la Ley de Normalización de Uso del Euskera, que establece que deberá respetarse “en todo caso la originalidad de euskaldun, romance o castellana, con la agrafía académica propia de cada lengua”, lo cierto es que, como denuncia Ladrón de Guevara, “el nacionalismo tiene como norma adecuar la aplicación de las leyes a sus necesidades e intereses. No cumplen ni con sus propias normas. Aplican con diligencia aquel principio de “haz tú las leyes y yo haré el reglamento”. Es decir, el pase foral a sus propias leyes”.

En definitiva, y para no hacer excesivamente prolija esta reseña, pues es bien sabido que el español medio es incapaz de leer más de mil palabras seguidas, y sin perjuicio de volver sobre el libro en el futuro pues solo tiene cincuenta páginas, pero es muy denso y rico en contenidos, “la ingeniería social y cultural de los nacionalistas implica modificar la historia y adaptarla al servicio de su estrategia de hegemonía cultural, siguiendo la estela ideológica de Gramsci, que en la cárcel diseñó una vía para lograr lo que por la razón no se conseguía, es decir, avanzar en la revolución comunista modificando cognitivamente a la masa”.

Considera el autor que “para ello había que poner en marcha una neolengua: el batua, esgrimir la naturaleza invasora del castellano en los territorios vascos contraviniendo la realidad de las cosas, y modificando la historia de nuestros pueblos y comarcas. Con ello se logra unos filtros mentales acordes a las pretensiones nacionalistas, tal y como afirmaba Luis Eliezalde en 1910”.

En definitiva, “los topónimos encierran en una palabra la forma de ser de los pueblos. Si se modifican se castra a la gente y se le priva del legado de sus antepasados. Y lo más perverso es que se realiza para lograr la prevalencia de unos grupos sociales sobre otros. Unos grupos alimentados con las prebendas de un partido político que identifica al pueblo consigo mismo”. Y no dice el nombre del partido, pues no es necesario. Todos lo sabemos.

Se trata de un pequeño gran libro, que cuesta unos ocho euros, pero que vale mucho más.

Recomiendo vivamente su adquisición y lectura, tanto a los alaveses como a los vascos en particular, y a los españoles en general, pues vale la pena.

Ernesto Ladrón de Guevara: “Los nombres robados”. Letras Inquietas, 2019.

Publicado en El Diestro (15/12/2019)

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