Navidad, ¿para quién?


Ya estamos en Navidad; paseando por la calle vemos a la gente más animada que de costumbre, alegre, sonriendo, como si de verdad fueran felices. Los escaparates, profundamente iluminados con infinidad de luces de colores, parece que sonríen a los incautos ciudadanos, ofreciéndoles mil y un productos perfectamente superfluos, absolutamente innecesarios. Las principales arterias ciudadanas se van iluminando poco a poco, con múltiples coloridos. ¡Ya estamos en Navidad! Todos se animan y empiezan a pensar en los días de vacación, como si el ocio, antítesis del trabajo, fuese la felicidad. Como si el trabajo, la “obra bien hecha”, que diría Eugenio D´Ors no fuese vocacionalmente la auténtica realización personal…

Los televidentes se evaden de la realidad, y cumplen las tres funciones del ganado ovino, y dicho sea de paso, y sin ánimo de ofender: comer, dormir y echar los excrementos. Se piensa en las vacaciones, en el día de Reyes, en el regalo a los niños, que nos va a costar un ojo de la cara… Pero, aparte de esto, como diría Amestoy, todo es amor, excepto, lo que no lo es, naturalmente. Porque, en este día de Navidad, es aconsejable dedicar un breve comentario a la versión humana que para los cristianos tienen estas efemérides. Significado en el que muy pocos se paran a pensar. Por eso hemos querido escribir este artículo; la explicación de nuestro propósito se encuentra en unas palabras de Antonio Machado: “Para nosotros –comentaba “Juan de Mairena”-, difundir y defender la cultura es una misma cosa: aumentar en el mundo el humano tesoro de conciencia vigilante. ¿Cómo? Despertando al dormido. Y mientras mayor sea el número de despiertos…” Porque, es menester dejar constancia en la notaría de mis escritos de algo que muchas personas parece que se han olvidado definitivamente: la Navidad es amor y solidaridad. Y, qué duda cabe: el orden solidario solamente resultará el día en que la convivencia entre los hombres esté regida por la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Y, todos estamos convencidos de que, al menos por ahora, no hay solidaridad entre los pudientes –en riqueza, en salud, en talento…-, y los menos dotados por la humana naturaleza. No hay tampoco solidaridad entre quienes mandan y los que obedecen. No reina un espíritu navideño.

Para distraerme, en estos días de desasosiegos, de ruidos, trajines, compras, he vuelto a leer a algunos de mis clásicos, conviviendo -en el sentido intelectual más elevado- con ellos. He encontrado una página del gran maestro francés Alain, que me ha servido para reflexionar sobre este mundo tan insólito e insolidario. Dice así: “Yo percibo los frutos eternos de la unión: un poder fuerte, dogma, disidente, perseguidos, excomulgados, exiliados, matados. La unión es un ser poderoso, que se quiere a sí mismo, que no quiere nada de los demás”. Y, como antítesis de esa unión que todo lo abarca, absorbente, Alain elogia al hombre solitario, al que convive consigo mismo y con sus ideas: “No hay pensamiento más que en el hombre libre. En el hombre que nada ha prometido, que se retira, que se convierte en solitario, que no se preocupa ni de agradar ni de desagradar…”

En este mundo insolidario, sin verdad, sin justicia, sin libertad y sin amor, el hombre solitario cree haber encontrado su camino; camino que tampoco le hace encontrar la felicidad. El mismo Alain se encarga de explicárnoslo: “Desde el momento en que el solitario piensa, se divide. El solitario se hace juez de sí mismo”.

Vemos pues como nadie disfruta plenamente de la Navidad; todos pensamos en nosotros mismos, y en la forma de pasarlo mejor, y ser más felices, pero sin preocuparnos de ser solidarios con los demás. Sin preocuparnos de buscar el verdadero significado de esta efemérides. Lógicamente, así no hay Navidad, verdadera Navidad. Se hace de ella un banal pretexto para divertirse unos días, y evadirse de nuestro mundo. De un mundo que está necesitado de solidaridad política, de libertad de reunión y de expresión, de libertades que no sean las escritas, sino la “praxis” real.

Mañana, tal vez sea distinto. Cuando se consiga que haya libertad y solidaridad social. Tal vez hayamos cambiado este mundo y hecho un mundo mejor, pero diferente. Sólo entonces se conseguirá una Navidad para todos.

Publicado en Diario Alcázar (24/12/2018) y El Correo de Madrid (25/12/2018)

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