Diario de un paciente de ictus, y III


La llegada a la planta O, Servicio de Rehabilitación, fue el comienzo del despertar a la vida, aunque como todos los principios, fue duro y amargo.

Tenía la tensión por las nubes, en ocasiones por encima de 21, la máxima, y la mínima muy alta, de 10 a 14, y no había forma de bajarla, pues ensayaban diversos medicamentos, que no daban el resultado apetecido.

A ello contribuía también, supongo, que no conseguía dormir por las noches, más que a ratos, pues constantemente estaba pensando en los asuntos que llevaba entre manos, en cual sería mi negro futuro, en el supuesto de que tuviera alguno, y consiguiera recuperarme, etc.

Ello hacía que me levantaran más cansado de lo que me acostaban, para bajar al gimnasio, pues estaba muy débil y, encima, sufría frecuentes desmayos, o pérdidas momentáneas de la conciencia, sobre todo al hacer algún movimiento brusco, al levantarme o cambiar de posición en la camilla, pues todo me daba vueltas, aunque dada la competencia y profesional de los médicos rehabilitadores, fisioterapeutas y terapeutas ocupacionales, todo lo que hacía era acorde a mis escasas posibilidades, sin forzar el ritmo en demasía.

Pasados unos días, y a Dios gracias, consiguieron estabilizar la tensión, algo que tiene mucho mérito, pues soy hipertenso desde hace décadas, y gracias a la psiquiatra que me recetó una medicación adecuada para dormir, y evitar los efectos depresivos del ictus, que se manifiestan en todos los pacientes, según me dijo, conseguí empezar a dormir regularmente. (Es decir, pase de ser un pesimista crónico a un depresivo de libro…).

Y como decían, una buena recuperación empieza por un buen sueño, que te permite cargar pilas…

Siempre había oído decir que las enfermeras españolas no tenían nada que envidiar a las de cualquier otro país… Y allí descubrí que es verdad, y que tenemos un cuerpo de enfermería que es uno de los grandes logros de la sanidad española.

Sin demérito de todas las demás, quisiera recordar especialmente a Rebeca, la simpatía en persona, y a Nacho, el hombre todo terreno que lleva la secretaría, lidiando con seis médicos rehabilitadores, atiende curas y consultas, y se encarga del hospital de día, con eficacia y profesionalidad. También de ¿Ángel?, un enfermero del turno de noche, educado, simpático y agradable como pocos. (Siento no recordar el nombre con seguridad, pero no le olvidaré nunca, pues es la amabilidad en persona).

Todos, sin excepción, son muy competentes profesionalmente, vocacionalmente enfermeros, y lo que es mejor todavía, con una gran empatía con el paciente, casi terminal, que se siente una mierda –al menos yo me sentía así-, pues eres incapaz de hacer hasta tus necesidades, no sabes vestirte solo, calzarte, cortar la carne, el pescado o la fruta, etc.

¡Sólo las personas que hayan pasado por esta situación, sabrán lo verídico que es todo lo que estoy contando!

La caca y el pis, temas estrella en rehabilitación.

Como decía Concha, una estupenda compañera, nunca había oído hablar tanto de dos temas que todos damos por supuestos, y a los que no concedemos la menor importancia, en la vida ordinaria.

Defecar con pañales me parecía extremadamente sucio, pues el único animal que se revuelca en sus propias heces es el cerdo, animal por cierto del que se aprovecha todo, mientras que de los políticos actuales en España no podemos aprovechar nada, salvo alguna honrosa excepción…

Existen la toba y la cuña para hacer caca o pis, pero también con esos artefactos me resultaba difícil, por no hacer imposible.

En ocasiones llegue a estar hasta cuatro días sin deponer, lo que me producía una hinchazón del estómago, y un estado de malestar general.

Pero el remedio, unos sobres de un líquido que removía las heces, era peor que la enfermedad, pues producía tal incontinencia que siempre tenías miedo que ante cualquier movimiento brusco en el gimnasio, por ejemplo, pudieras obsequiar a la guapa fisioterapeuta que te atendía con semejante “atención”.

Lo mismo sucedía con las flatulencias, y no de Chanel 5, precisamente, que en ocasiones salían sin que tú pudieras evitarlo, y por las cuales solo podías pedir disculpas.

Hay que reconocer que los fisioterapeutas, con una gran profesionalidad y humanidad, lo asumían como gajes del oficio, y procuraban que te sintieras bien contigo mismo. ¡Gracias, amigos!

En definitiva, sobrevivía, gracias a la labor de las auxiliares de enfermería, de alta calidad humana y profesional la mayoría (no todas), los celadores, que les ayudaban a levantarnos y acostarnos, pues éramos pesos muertos, etc. También el personal de limpieza, e incluso alguna estudiante de auxiliar en prácticas. ¡Gracias, María Pilar y Sandra, por vuestro buen hacer! También Gloria, Belén, contratada para el verano, una señora morena, de media edad, muy educada, y cuyo nombre siento no recordar con nitidez (tengo memoria fotográfica, pero me cuesta mucho retener los nombres), etc.

Este problema a la hora de hacer mis necesidades me llevó a caerme en el baño, al intentar sentarme en el “trono”, y fallarme el brazo izquierdo, con el que agarraba los artefactos metálicos que colocan para facilitar la maniobra, y cuyo nombre técnico desconozco.

Afortunadamente, todo quedó en un susto, por la presencia de tres auxiliares en la habitación, a las que pedí que por favor, me dejaran entrar en el baño para orinar, pues era incapaz de hacerlo con ellas presentes, pues iban a acostarme, creo recordar.

(Al día siguiente, la médico rehabilitadora me echó la bronca correspondiente, y tenía toda la razón).

Me hicieron una radiografía de la rodilla izquierda, pues caí de rodillas, al fallarme esa pierna, además del brazo y la mano. ¿Cómo ven, estaba hecho una pena.

Otro día, tras cenar, y mientras intentaba cepillarme los dientes, con la ayuda de mi esposa, Esmeralda, empecé a balbucear de forma incoherente, casi no podía hablar, y estaba sudoroso, pálido, y presentaba un aspecto cadavérico, ante lo cual se encendieron las alarmas. Rápidamente la habitación se llenó de enfermeras, auxiliares y celadores, y  me bajaron corriendo, con cama y todo, a la planta dónde se realizan los escáneres y demás pruebas que consideraron oportunas, y cuyo nombre técnico desconozco.

Mi gratitud también hacia esos excelentes profesionales.

Estaba tan alelado, que la verdad, no me enteraba de nada.

Excuso decirles que Esmeralda pasó la noche en vela a mi lado.

Supongo que ya se veía viuda…

Gracias a Dios, no se habían producido alteraciones importantes en el estado de mi cabeza, o lo que queda de ella.

¿Podré volver a escribir?

Visto el estado de la mano izquierda, que era bastante penoso, la verdad, y más parecía una morcilla que otra cosa, pensé que ya no podría volver a escribir, y era algo que me tenía muy inquieto y preocupado.

Por suerte, el excelente trabajo técnico realizado por los fisioterapeutas y terapeutas ocasionales ha conseguido mejorar mucho la movilidad de la mano, en general, y de los dedos en particular, al igual que de la pierna y el brazo izquierdos.

Y es que, como dice un  amigo, con sorna aragonesa, siendo tú de derechas, es lógico que se haya afectado la parte izquierda, pues es la que menos utilizas…

En definitiva, estoy en buenas manos, y con esfuerzo y dedicación, estoy progresando creo que, adecuadamente.

Solo me resta agradecer al Hospital Miguel Servet, de Zaragoza, al Servicio de Rehabilitación y a todo el personal de la planta O, su esfuerzo y dedicación.

¡Son ustedes extraordinarios!

Los españoles no sabemos lo que tenemos, con una sanidad pública que, con todos sus defectos, está entre las mejores del mundo.

Publicado en El Correo de España y El Diestro (11/11/2021) y El Español Digital e Hispania Magna (13/11/2021)

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