Don Manuel González Alonso, Maestro de Graduados Sociales, In memoriam


El domingo pasado, a media tarde, recibí una llamada de Manuel González, hijo de don Manuel González Alonso, y nada más identificarse, sentí un pálpito, pensando que algo malo le sucedía a su padre, como así fue.

Me comunicó el reciente fallecimiento de don Manuel González Alonso, graduado social de pro, Maestro de los Graduados Sociales de Cantabria, y un hombre por quién deberían ondear las Banderas en Torrelavega a media asta, pues trabajó con denuedo para hacer de un pueblo grande una ciudad universitaria…

Y fue también Concejal de la ciudad de Torrelavega, tal era su implicación en lo público, pero en lo público con esa generosidad que caracterizaba a las generaciones formadas después de la infausta guerra civil, que todo se hacía por ideales, y no por el vil metal, como ahora.

Manolo era un amigo, un gran amigo, desde hace más de cuatro décadas por lo que he sentido su muerte como propia, pues cuándo muere un amigo –de verdad-, algo muere en nosotros, y nos hace sentir un poco más huérfanos.
Conocí al profesor don Manuel González Alonso cuando como Secretario del Seminario de Estudios Sociales de Torrelavega, me invitó a impartir una conferencia en la festividad de Santo Tomás de Aquino, hace más de cuarenta años, siendo yo un graduado social recién escudillado, y autor de una monografía sobre la carrera y profesión, que fue el fruto de la tesina final de carrera: “Graduados Sociales, Perspectivas Profesionales”.

Allí que me trasladé, y la verdad es que no recuerdo cómo, y permanecí un par de días con ellos, siendo estupendamente atendido por todo el profesorado y estudiantes, la esposa de Manolo, María Dolores Polo S. Francisco, etc.

El Seminario de Torrelavega dependía de la Escuela Social de la Universidad de Oviedo, que regía con mano de hierro, y guante de seda, el incombustible don Carlos Hidalgo Schumann, en calidad de Secretario y bajo la dirección del catedrático de derecho del trabajo don Fernando Suárez González, creo recordar.

Ambos secretarios, don Carlos y don Manuel eran a su vez profesores de los centros respectivos, y en la práctica directores de los mismos, pues todo lo dirigían, coordinaban, organizaban, etc., y los directores correspondientes ejercían de “generales”, con mando en plaza, firmaban, y poco más.

La retribución de los profesores de los seminarios era realmente miserable, y quienes batallaban diariamente en ellos lo hacían más por amor a la profesión, que otra cosa.

No sólo eso, sino que desde Torrelavega se organizaban clases, uno o dos días a la semana, en localidades lejanas, como Reinosa, etc., y todos sabemos la dureza del clima en la montaña cántabra.

Manolo supo rodearse de personas competentes y comprometidas, como él, y formó un auténtico triunvirato con don Casto de Castro Juez, por desgracia también fallecido, y con don Gaspar Roberto Laredo Herreros, al que deseo larga vida.

Entre los tres consiguieron transformar el Seminario en la Escuela Universitaria de Graduados Sociales de la Universidad de Cantabria, y continuaron dirigiendo el centro, de facto, aunque nominalmente el director fuera el catedrático de derecho del trabajo correspondiente, que se limitaba a firmar, y poco más.

Organizaron la asamblea nacional de estudiantes de graduado social, y allí volví a intervenir, siendo yo a la sazón profesor de derecho del trabajo de la escuela universitaria de estudios sociales de Zaragoza, que impartía la carrera.
Volví a ser objeto de las máximas atenciones posibles, que me llegaron a pensar que yo era una persona importante –aunque no era ni es así-, tal era el grado de cuidados que recibíamos los conferencias.

Organizaron unos cursos de verano, de fama nacional, y por dónde desfilaron los catedráticos de derecho del trabajo y seguridad social de mayor prestigio en toda España, Presidentes del Tribunal Supremo, del Tribunal Constitucional, etc., en definitiva personas de la máxima categoría…, y algún graduado social, y aprendiz de jurista, como el que suscribe.

Se firmaron convenios con universidades extranjeras, y venían a Torrelavega, a estudiar y dejarse sus buenos dineros, estudiantes de Holanda y otros países, de la misma forma que se organizaron encuentros de directivos de las escuelas, en las que también participé, aunque no era más que un simple profesor, pero sí estudioso de la carrera, autor de una trilogía de libros sobre la profesión, etc.

Pero las Universidad públicas se encontraron con un “caramelo” en las Escuelas Sociales, y había que echar al profesorado veterano, vocacional, y que realmente conocía el gremio, para contratar a becarios, ayudantes de los catedráticos, y hasta queridas de los mismos, pues ya sabemos –por desgracia-, como funcionan esos nidos de comunistas, podemitas, etc., en que se han convertido las universidades públicas.

Y, en lugar de reconocer su valía y competencia, su experiencia profesional como graduado social, etc., la Universidad de Cantabria decidió prescindir de sus servicios –como me sucedió a mí en la de Zaragoza-, y Manolo tuvo que acudir a los Tribunales para ver reconocidos sus derechos. (Yo no tuve tanta suerte, o un juez tan ecuánime como el suyo).

Manolo no se arredró, y aunque trasladó su domicilio a Madrid, por estudios de su hijo y el cuidado de sus suegros, ya de avanzada edad, continuó escribiendo y trabajando, documentándose en la magnífica biblioteca del Ministerio de Trabajo y en la Biblioteca Nacional.

Como Manolo era una “hormiga”, a diferencia de las cigarras, que son los políticos, que hablan mucho, pero luego no hacen nada, alumbró un magnífico libro, “40 años de historia de la Escuela Universitaria de Relaciones Laborales en Torrelavega” (Exlibris Ediciones, Madrid, 2010), que se sumó a otros dos anteriores, “Absentismo Laboral en Cantabria”, editado por la Diputación Regional de Cantabria, actual Gobierno regional, y “El procedimiento Arbitral en Cantabria”, publicado por Lex Nova.

Fue también Árbitro en las elecciones sindicales, durante varios años, y, por encima de todo, fue un gran defensor de la ciudad de Torrelavega, a la que ayudó a despegar, y pasar de ser un pueblo grande, a una ciudad universitaria.
(Posteriormente el centralismo regional acabó absorbiendo los estudios, y llevándolos a Santander, pero esa es ya otra historia).

Manolo tuvo una gran satisfacción con la boda de su hijo, Manolo, y el nacimiento de Marcos, su nieto de 7 años, del que me decía “que le daba mucha vida”.

Como el hombre propone, y Dios dispone, el Señor le llamó a su lado, pero sin sufrir, lo que es muy de agradecer, en ese tránsito hacia la otra vida.

Descansa en paz, Manolo. Quiénes tuvimos el honor de ser tus amigos y compañeros, nunca te olvidaremos.

Y mi más sentido pésame para su esposa, Dolores, y su hijo Manolo, del que su padre siempre ha estado muy orgulloso, y no es para menos.

Personas como Manolo, en los duros años de la postguerra, son los que, a base de sacrificios y un alto nivel de auto exigencia, consiguieron que España pasara de ser un país destruido a la octava potencia del mundo, con patriotismo, principios religiosos y un innato sentido del orden.

Rezaré por ellos, para que Dios les dé fuerzas para afrontar esta gran pérdida, aunque siempre nos quedará el recuerdo de la persona, y de la obra bien hecha.

Publicado en Tradición Viva y Alerta Digital (08/02/2022), Periodista Digital y El Correo de España (09/02/2022) y Heraldo de Oregón (11/02/2022)

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  1. Carmen |