Zaragoza es una ciudad inhóspita


Llevo casi medio siglo ininterrumpido viviendo en Zaragoza y, la verdad, cada día me gusta menos.

No sé si el alcalde en particular, y los concejales en general, son conscientes de una serie de cosas, que tal vez habría que recordarles:

1. La policía local brilla por su ausencia.

Creo que tenemos más de mil efectivos, pero no sé dónde están, la verdad, pues no patrullan por las calles, y la sensación de inseguridad, sobre todo a determinadas horas, y en según qué barrios, cada día es mayor.
Solo son rápidos y eficaces cuando se trata de poner multas, aumentando así la recaudación tributaria. El propio sistema de desplazarse en coches o motos, aunque pueda ser más eficaz, supone un alejamiento de los problemas reales, y una lejanía del ciudadano y contribuyente, sobre todo muy contribuyente.

2. Zaragoza es una ciudad cada día más ruidosa.

Proliferan los macarras sobre dos ruedas, que deben de tener el tubo de escape roto, o el motor modificado, pero que dan unos acelerones que amenazan con dejarnos sordos a todos… Y, por lo visto, nadie lo controla, ni hace nada. Animo al alcalde a que se desplace a la avenida del Tenor Fleta, donde resido, o por el cercano barrio de San José, y verá que no exagero, sino todo lo contrario.

3. Zaragoza es una ciudad peligrosa.

La proliferación de patinetes, por las aceras, amenazan con volverme a la silla de ruedas, cualquier día de estos.
Como no hay un solo policía local patrullando por las calles, pues los incívicos conductores de esos artilugios, hacen lo que les da la gana, sin que nadie se atreva a decirles nada. En ocasiones he visto a señoras, de treinta y pocos años, bajando a toda velocidad por la avenida de San José, con un niño o niña en edad escolar, y ambas sin casco, ni protección alguna. Y, por supuesto, sin matrícula, que permita identificarlas, caso de huir después de un atropello o accidente, mucho menos con un seguro de responsabilidad civil, y la mayoría de esos conductores con unas pintas de insolventes de tomo y lomo. El ayuntamiento le pasa la patata caliente al ministerio de transportes, y el ministerio a la autonomía municipal, con sus ordenanzas, etc. Y unos por otros, la casa sin barrer. Hace unos días estuve a punto de ser atropellado por una individua que iba cabalgando sobre una sola rueda, a una velocidad endiablada… No sé cómo se llama el aparato ese, pero debería estar prohibido, pues alcanza una gran velocidad. Por supuesto, no llevaba casco, ni nada de nada.

4. Zaragoza parece un gigantesco bar.

Me parece muy loable y respetable ayudar a la hostelería, permitirles ocupar plazas y lugares públicos, etc., sobre todo en la época del Covid-19, pero esa ocupación temporal de espacios públicos, lleva camino de convertirse en definitiva. Por la misma regla de tres, los profesionales y los tenderos, por ejemplo, deberíamos instalar nuestros negocios en las aceras, para estar más cerca de los posibles clientes, y así nos ahorraríamos pagar costosísimas propiedades o alquileres. Cuando salgo a la calle, y emprendo un paseo por los alrededores de mi casa, tengo verdaderas dificultades para poder transitar por las calles aledañas, ante la proliferación de mesas de bar, que a veces se juntan para hacer una animada tertulia, muy similar a bajar a tomar la fresca, como hacíamos en mi pueblo, en los meses de verano. Solo que allí no molestábamos a nadie, mientras que en Zaragoza tienes que cambiar de acera, o darle la vuelta, pues hay una proliferación de personas de Europa del este, que te miran con cara de pocos amigos, soltando improperios –supongo-, en su idioma, por intentar andar por la vía pública, que contribuyes a pagar y mantener con tus impuestos… ¡Increíble, pero cierto!

Y 5. Zaragoza está muy sucia.

Nada más publicar el artículo, me escribe un amigo vasco, pero patriota español, y dice lo siguiente: “He leído tu artículo en El Criterio, y te añado un 5º. Punto: Zaragoza está sucísima. Pero sucia de cojones. Me sorprendió mucho porque, acostumbrado como estoy a ciudades tipo San Sebastián o Bilbao, que son muy sucias, Zaragoza me pareció aún más. Y creo que ha sido algo que ha ido a más en los últimos años. Muchísimos grafitis, las aceras sucias, baldosas sueltas, carteles pegados, basura sin recoger… Para ciudades limpias, Logroño y todas las de Castilla. En Burgos, Valladolid o León particularmente puedes comer en el suelo. Y como bien dices, muy ruidosa. Extraordinariamente ruidosa”.

Perjudicado en nuestro amor propio, me pasa como a la mayoría de los españoles, que somos los rimeros en criticar a nuestra Patria, pero nos jode mucho que la critiquen los extranjeros, le pregunto que donde estuvieron, por entender que debía de ser algún barrio, o el extrarradio, que suelen estar más abandonados que el centro histórico de la ciudad, pero, para mi sorpresa, dice lo siguiente: “Pues paramos en Zaragoza a comer a principios de julio cuando volvíamos de Benidorm. Me acuerdo que hacía un calor de morirse. (Eso no es culpa nuestra). Dejamos el coche en el parking subterráneo bajo la plaza de El Pilar (que es más caro que un hijo tonto), comimos en el Vips del Paseo de Independencia (supongo se refiere al de la Plaza de Aragón, al final del paseo), dimos una vuelta por el centro y nos fuimos. La verdad es que estaba bastante sucio, mucho comercio cerrado… Tenía un recuerdo mejor de Zaragoza, la verdad”.

En fin, menos mal que el 28 de mayo de 2023, si Dios quiere, nos veremos en las urnas. Desde luego, la mayoría de los zaragozanos, que ahora vivimos en Zaramala, no queremos vivir en Zarapeor… Y el populismo pepero y la demagogia, casan mal con el respeto a los que mantenemos la ciudad y sus más de seis mil empleados públicos, que se dice pronto, con nuestros impuestos.

Publicado en Periodista Digital, El Correo de España, Alerta Digital, El Español Digital, El Diestro y Heraldo de Oregón (10/10/2022) y El Criterio (11/10/2022)

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