Ramiro Grau Morancho: “La democracia es la dictadura de los partidos políticos”


Magistral conferencia titulada “Aragón, ¿camino de nada?”, pronunciada por el escritor, abogado, fiscal, juez y profesor de Derecho civil, penal y laboral, don Ramiro Grau Morancho, en el contexto de la charla-coloquio promovida y organizada por la asociación ARAGÓN SIEMPRE ARRIBA, en Zaragoza, el pasado jueves 28 de noviembre, a las 19:30 h.

Ramiro Grau Morancho La democracia es la dictadura de los partidos políticos

En efecto, este pasado 28 de noviembre ha sido un día grande para el pensamiento altermundista aragonés: por un lado, la asociación Aragón Siempre Arriba, fundada en 2012 (mas inactiva desde entonces), ha reactivado su andadura con una serie de charlas-coloquio; por el otro, el gran jurista aragonés Ramiro Grau Morancho, en calidad de personalidad invitada, ha pronunciado una de esas alocuciones capaces de sacudir las conciencias de los menos, poniendo al descubierto la escandalosa realidad de nuestro más prosaico presente.

Antes de glosar el discurrir de la conferencia, de inédita densidad y matices, daremos unas pinceladas sobre Aragón Siempre Arriba.

Esta asociación (aragonesa, que no aragonesista), y cuyo lema es “¡Por Aragón! y ¡Por España!”, funda su filosofía en la recuperación, mantenimiento y salvaguarda de la identidad de lo aragonés en toda su rica policromía. Un trabajo encaminado a lograr el regreso de Aragón a la primerísima posición que merece, tanto por su importancia histórica como por su entidad pionera en el concierto no sólo nacional, sino mundial; sirva como botón de muestra la jurisprudencia aragonesa, en cuanto inequívoco pilar de la española: para ilustrar esta realidad secular, el invitado más oportuno no podía ser otro que don Ramiro Grau, a quien a título personal y en virtud de su fabuloso espíritu regeneracionista he llamado “el Joaquín Costa del siglo XXI”.

Para el público patriota informado, aragonés o no, Ramiro Grau Morancho no merece presentación (o no debería merecerla): bien conocidas son sus columnas en los más variados digitales nacionales, muy leídas. Desde aquel ya lejano marzo de 1976, en el que viera la luz su primer libro, Joaquín Costa y el idioma aragonés, Grau ha consolidado una de las carreras más interesantes del panorama español, entregando una ingente obra literaria, entre cuyos últimos libros brilla Aragón, camino de nada (2ª edición, 2019), cuyo título iba a servir de pretexto para hacer lo propio en la presente charla, que más que charla haríamos mejor en denominar conferencia, tanto por su densidad abigarrada como por su salutífera complejidad intrínseca.

Ramiro Grau arrancó su charla con una afirmación no por obvia menos definitoria de sus intenciones: los aragoneses somos españoles; era preciso antes de explicar la actual situación desenmascarar lo absurdo del independentismo latente, recordando además una cita del gran Costa: “los aragoneses somos doblemente españoles, por aragoneses y por españoles”.

El problema aragonés en curso, empero, debe identificarse con la génesis del Estado autonómico, uno de los infaustos puntos negros de aquella Constitución de 1978, que tanto ha perjudicado a España y, de especial modo, a Aragón. Una Carta magna que ha desencadenado fenómenos tales como el hecho de que ser español no garantice igualdad de condiciones entre las diversas autonomías. Tras este apunte, la crítica de Grau al lastimoso “nivel” medio del político actual, prototipo del indigente intelectual sin apenas preparación y/o formación, no podía hacerse esperar. Realmente, los sujetos más inteligentes de la patria traicionada suelen contarse entre los empresarios y los autónomos, gentes capaces de poner en marcha un proyecto, una iniciativa, por cuanto la vida económica, de corte empírico-pragmático, no tiene correspondencia con la vida política y los simulacros de poder consiguientes. El problema aragonés es así también el problema español, a saber: el Estado de las autonomías.

La génesis de este Estado de autonomías comienza a rodar cuando el General Franco fallece en la cama y llega el Borbón en calidad de Rey al Poder. La Constitución, forjada sobre las consignas habermasianas del diálogo y el consenso, nace -aunque de la Ley a la Ley– quebrada, visibilizando una clara concesión a los separatismos hasta entonces latentes. El fruto aciago de aquel experimento de leguleyos iba a saldarse con un país con 17 mini-Estados y una ingente mole burocrática a todas luces insostenible. Tras cuatro décadas de excesos y abusos, el resultado es visible: un sistema de la Seguridad social acabado, una burocracia triplicada ó cuadriplicada, la ineptitud proverbial de un puñado de zotes en el Congreso… Las ideas tienen consecuencias, y vaya si las tienen: la actual Constitución fue pergeñada por siete personalidades antitéticas, dando cabida entre ellas a dos catalanes y un vasco; bien es cierto que algunos potenciales fautores fueron vetados (Arzalluz o Tierno Galván), pero tras la votación del proyecto de Constitución de marras, algunos, como Manuel Fraga, detectaron “errores”, es decir adivinaron los futuros problemas de mañana.

La Constitución del 78 parte de un principio insalvable, y es la armonización del Estado social y democrático de Derecho con el Estado autonómico: se trata, por así decir, de “centralizar-descentralizando” (sic). Pero vayamos al Título preliminar de la misma para confirmar lo que decimos, y en donde se encuentran los principios fundamentales de ésta, que suponen los cimientos del orden constitucional, y que son tres, a saber: el Estado social y democrático de Derecho; la Monarquía parlamentaria; y el Estado autonómico.

Asumiendo que el Estado social y democrático de Derecho supone que el Estado de Derecho es el eje del sistema en cuanto que alude a una hipotética igualdad ante la ley (léase a la ausencia de discriminación por circunstancias personales, etc.) y, en esencia, a un Estado dominado por cuatro componentes básicos (el imperio de la Ley, la separación de poderes, la legalidad de la Administración y el desarrollo de los derechos y libertades fundamentales); y asumiendo también que el Estado autonómico, por el contrario, implica “la manifestación de una organización territorial descentralizada, aún dejando claro el texto constitucional que la soberanía es unitaria”… si bien se percibe en este punto la influencia del Estado regional italiano (a medio camino entre el Estado unitario y el Federal), en el caso español esta coyuntura resulta altamente problemática y peligrosa.

Este problema estructural desencadena la existencia de dos tipos de autonomías, sobre la base de un principio de discriminación: por un lado, las naciones(Cataluña, País Vasco, Galicia y, a cierta distancia de éstas, Andalucía); y, por el otro, las demás. Pero entrambas, y a remolque de la lectura del Título 8, se ofrece la consabida posibilidad de “la reforma” de la Carta, una reforma a diferentes marchas, destinada implícitamente a satisfacer a elementos separatistas y antiespañoles, siempre, eso sí, a costa de las arcas públicas; Grau trae aquí una frase del sociólogo Amando de Miguel que suscribimos: “Los catalanes quieren una independencia subvencionada”.

Todo esto genera un efecto de aumento en la transferencia de las competencias a las autonomías… otorgando a unas, “pequeñas competencias” (artículo 153); y a otras, más competencias (artículo 151); entre estas segundas estarían, cómo no, “las naciones”, Cataluña, País Vasco/Vascongadas y Galicia, a las que se sumaría más tarde Andalucía, “ese cortijo del PSOE”, en palabras de Grau.

Tras toda esta maquinaria late una idea manifiesta por destruir la nación. ¿Hay una mano oscura detrás o simplemente se coció todo esto con muy mala leche?

Especialmente clarificadores fueron los recuerdos de Grau cuando habló de sus inicios políticos como militante del PAR, en unos tiempos relativamente próximos en los que la “autonomía” sonaba “a chino” entre los españoles de otrora.

Tras décadas de desgaste y putrefacción disolvente, Grau concluye su análisis con esta preclara máxima, tal vez destinada a glosar las antologías de la sabiduría popular: “En España todo el mundo tiene autonomía para hacer lo que le dé la gana”.

Lo más sangrante, a juicio del jurista, son las diputaciones provinciales, que han generado un masa insostenible de funcionarios. Basta recordar que cuando Franco murió en la cama, el número de funcionarios ascendía a 700.000 individuos (cifra razonable en un Estado con 35 millones de habitantes); ahora, esta cifra se ha inflado hasta los +3.000.000 individuos (frente a 45 millones de habitantes). Grau afirma que para mitigar este despilfarro se podría haber aprovechado la coyuntura de las autonomías para integrar en éstas las diputaciones.

En el caso aragonés esto resulta todavía más sangrante, y es aquí cuando entra en escena el inevitable José Ángel Biel (“no hay mal que por Biel no venga”), quien montó el chiringuito de las comarcas “a coste 0”; el problema es que esas comarcas ya empiezan a emitir recibos, y como ejemplo de ello, el propio Ramiro Grau ha sido víctima de dichos pretextos, teniendo que abonar dinero para el mantenimiento de una presunta depuradora en la comarca de la Ribagorza… que no existe realmente.

El aragonés (1 de los 1.300.000 aragoneses) se enfrenta, ante este expolio desmesurado, ante cinco entes depredadores, a saber: municipios, comarcas, diputaciones, autonomías y Gobierno central; a los que podría sumarse un sexto: la UE. Este modelo de funcionamiento administrativo es sencillamente catastrófico, puesto que “tenemos un problema de competencias triplicadas o cuadriplicadas”. En esta escena sobresaturada, todo el mundo tiene vía libre para lavarse las manos, por cuanto las competencias competen, valga la redundancia, a todos y a ninguno. Grau propone, como posible parche a este problema, lo que Fraga denominó “administración única”.

El ponente, en un formidable tour de force dialéctico desplegado con inaudito virtuosismo, siguió el desarrollo adentrándose por los más sutiles y arcanos derroteros, ofreciendo nombres y datos muy concretos, y aclarando en consecuencia el mapa y el territorio de este escenario indeseable que padecemos.

Nos gustaría retener al menos tres máximas notables emitidas por Ramiro Grau como resumen a su conferencia:

1) “La democracia es la dictadura de los partidos políticos”;

2) “Lo que realmente es milagroso es que la gente siga cobrando”; y

3) “Hoy en día el que no tiene coche [en referencia los cargos políticos] no es nadie”.

Tras este breve resumen, saquen sus propias conclusiones.

Al terminar la charla, aplausos prolongados e inicio del coloquio, que se prolongaría hasta muy entrada la noche en una suculenta cena muy concurrida además.

Lleno total, con unos 70-80 asistentes.

¡ARAGÓN SIEMPRE ARRIBA!

José Antonio Bielsa Arbiol

Publicado en El Correo de Madrid, Mediterráneo Digital y El Diestro (30/11/2019) y El Español Digital y Heraldo de Oregón (02/12/2019)

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