La derechosa mediática solo inspira vergüenza, pena y asco


Ramiro Grau es un jurista colaborador de larga data en este medio. Su brillante aportación todos estos años nos obliga a permanecerle siempre agradecido. Ramiro es también un monumento a la lealtad humana. Tal vez por eso es de los que piensan que la condición humana inviste a las personas del mismo patrón de conducta que en él es imperio. Hombre de graníticos principios, Ramiro ha defendido siempre la solidaridad de la prensa digital supuestamente adscrita al mismo bando ideológico. Tal vez lo que inspiró sus beatíficas intenciones ha sido el ejemplo plasmado por AD cuando, por ejemplo, tocaba darle visibilidad al periodista Josele Sánchez, hacer causa común con El Correo de Madrid, o tocar a rebato cuando a Tradición Viva le vienen mal dadas. No hay una sola causa en beneficio de otros digitales “afines” a la que AD no se haya sumado. En muchos casos por petición expresa del bueno de Ramiro. Pero ya habrá comprobado que cuando los ataques a la libertad expresiva nos tiene a nosotros como damnificados (tal cual ha ocurrido estos días con el intento de arrebatarnos el dominio), la derechona mediática lo que hace es mirar hacia otro lado. Y es que, no nos engañemos, esos digitalillos en el fondo hubieran querido nuestra desaparición del mercado. Hay algo (o mucho) de AD que ellos no tendrán nunca. Los digitalillos de la derechona se nutren sobre todo de mantras y chascarrillos. Ni un solo asunto en el que le vaya a la gente más humilde mejorar sus condiciones de vida. Por eso es imposible que esa banda de zánganos y lameculos que brujulea alrededor de la derechona política pueda librarle batalla cultural a la izquierda. Hay manos diestras que no sirven ni para limpiarse su propio trasero.

Vergüenza y pena. Asco y rabia. Esto es la derechona; toda la derechona, la mediática y la política. Se pasan el día hablando de valores cuando la mayoría carece de ellos. Son como una de esas muchachas que no muy lejos, paseaban con la mirada perdida, en Capitán Haya, por un precio, cualquier servicio.

Hasta hace poco estuve colaborando en un programa de radio por internet. Lo hice desinteresadamente por espacio de casi tres años, sin percibir un solo euro. Mi compromiso con la cadena me obligaba a participar en una tertulia, de domingo a jueves, que era grabada cada noche para su emisión a la mañana siguiente. Había noches que hubiera preferido la compañía de algún programa televisivo, de alguna retransmisión deportiva o de una cena con amigos, pero me mantuve siempre al quite, salvo un par de veces por cuestiones mayores. Una noche tuve una enganchada con uno de los participantes en la tertulia, de origen francés y muy dado a la incorregible costumbre gabacha de ver la paja en el ojo del vecino y no la mierda brotando a borbotones en todas sus ‘banlieues’. El director del espacio decidió prescindir de mis colaboraciones de la forma más infame: sin darme siquiera las gracias por las cientos de horas desperdiciadas y puestas al servicio de sus intereses, nunca los míos. Una mala reacción prevaleció sobre cientos de buenas acciones. Luego hablan estos canallas de la pulsión traicionera del moro.

Así que bien haría Ramiro en no esperar grandeza humana de esa conspicua recua de emasculados que practican el periodismo de carajillo y exaltan lo peor de la condición humana.

Viles lacayunos, cobardes todos, que por un plato de lentejas podridas y llenas de gorgojos venderían a su propia madre.

Por so no es de extrañar que AD lleve años aguantando en solitario los intentos de ponernos cerco, solo, sin la ayuda de estos canallas.

A la derechona española le resulta mucho más cercano un chisme o un tópico patriotero que una labor de combate ideológico contra el totalitarismo doctrinal de la izquierda. Y eso debemos aceptarlo así. Ya decía Machado que “en España de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.

Cuando se ordena detener al director de AD o se nos intenta asestar el golpe mortal de la pérdida de nuestro dominio, es porque el sistema nos ha concedido el privilegio de considerarnos la única disidencia intelectual que de verdad supone un peligro para los que han corrompido la vida española. Por eso el sistema nos ha puesto en su punto de mira, mientras a la derechona mediática no ha tardado en dividirla, creando cizaña entre ella. Lo mismo que ocurre con los patrioteros unineuronales que exaltan a líderes extranjeros del siglo pasado. Con sus atavíos estrafalarios han impedido siempre el advenimiento de otra alternativa con voluntad de transformar la sociedad de arriba abajo. Esos grupúsculos patrioteros, desde el comienzo de la transición, han tenido más «infiltrados» y «chivatos» que militantes…

El panorama, en cualquier caso, es desolador. En punto a los que abominamos de este corrompido régimen, más cuenta nos traería alinearnos con los que, incluso fuera de nuestras fronteras ideológicas, trabajan para su desaparición. Hay más dignidad y altura moral de miras en cualquier periodista de Público que en esa banda de semovientes de la derechona mediática española.

Por Armando Robles

Publicado en Alerta Digital (14/07/2022)

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